sábado, 1 de diciembre de 2007

LOS DETALLES Y LA VEROSIMILITUD

¿Existe la ciudad que aparece en Los Lobos de la Luna? De no ser así, ¿estaba pensando en alguna en concreto al describirla? ¿Hay ciencia ficción en mi novela? ¿Es verosímil lo que cuento? ¿Dónde se desarrolla la acción? ¿Y cuándo, ya de paso?

Algunos lectores me han planteado estas y otras preguntas después de leer el libro. Intentaré darles respuesta y al mismo tiempo explicar las razones de determinadas decisiones artísticas que más de uno me ha señalado como "fallos", apreciación con la que no estoy de acuerdo, naturalmente. Quienes no han leído todavía Los Lobos de la Luna pueden estar tranquilos: no desvelaré nada importante de su trama o resolución. ¡No soy idiota! Al menos, no tanto.

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Vaya por delante que nada en mi novela es casual o un "error" inadvertido. Fallos de estilo o pequeños gazapos al margen, cada detalle está perfectamente estudiado, responde a un propósito concreto y es fruto de una decisión consciente y bien meditada.

Para empezar: lo siento, Ciudad de la Bahía no existe. Y lo que es peor, no estaba pensando en ninguna metrópoli determinada para describirla. Ni en ningún país, lugar o tiempo concretos. De hecho, me propuse como ejercicio de estilo intentar mencionar el menor número posible de marcas, objetos, instituciones o lugares reales que pudieran servir de referencia, inventándolos en ocasiones —furgoneta Sébax, restaurante Pizzo, premio Mortem, Superpol— y utilizando expresiones genéricas la mayor parte de las veces: Parque Central, Zoo Municipal, árbol, dinero, pistola…

¿Que por qué tanto esfuerzo? Más de lo mismo: militancia consciente. Personalmente me revientan los escritores que se dedican a describir con todo lujo de detalles los objetos que aparecen en sus novelas, venga o no venga a cuento. En esto, además, cada uno tiene sus vicios. Enid Blyton especificaba hasta la nausea cada migaja de pan que se metían entre pecho y espalda los famosos Cinco —a la hora de comer parecían diez—; a otros les da por contarnos que "los rododendros en flor, mecidos por el suave abrazo del mistral, se cernían amorosos sobre los arbustos mimosáceos" para decir que el viento movía los árboles; los hay expertos en coches, en armas, en aviones, en naranjas... Los especialistas en armamento son particularmente irritantes. ¡Hay tantas armas que describir!

«Rambu aferró con satisfacción los mandos del Black Phantom 727 (léase 7-2-7). Cuatro ametralladoras KillCom calibre 28 capaces de disparar ochocientos mil disparos por nanosegundo dotadas de auto-recarga Instant Replay™ y control de retroceso NoPlast (también ™, claro). Dos cañones FireDoom cargados cada uno de ellos con una batería completa de letales misiles DieDog tierra-aire, tierra-tierra y tierra-trágame, suficiente para arrasar por completo una ciudad del tamaño de Pittsburgh (imprescindible escoger siempre ciudades de nombre sonoro cuyo tamaño no conoce nadie). Con una feroz sonrisa elevó el morro en forma de tiburón de la poderosa aeronave haciendo desaparecer instantáneamente 80.000 litros de queroseno dentro de sus potentes motores BurnHell™ y se cernió sobre el enemigo. ¡Ahora se iban a enterar aquellos jodidos comunistas!»

¿Realmente aporta algo un párrafo como este? Incluso suponiendo que todos los detalles supuestamente técnicos que me he inventado fueran ciertos, quiero decir.

Que esa es otra. ¡Anda que no se les cuelan gazapos a todos esos listillos! Pistolas que disparan más balas de las que caben en la recámara del modelo descrito, vehículos diésel que se quedan sin gasolina… No se puede ser un experto en todo y tocando de oído es normal meter la pata de vez en cuando, o todo el rato. ¿Qué importa? Sólo se dan cuenta cuatro expertos y los demás quedan TAN impresionados…

Hay narraciones en las cuales los detalles más o menos técnicos proceden. Sería absurdo escribir una novela sobre abogados sin entender nada de leyes, sobre carreras automovilísticas sin tener conocimientos de mecánica o sobre política internacional sin mencionar países, gobernantes e instituciones. ¡Pero en muchos otros casos no es realmente necesario! Es más, a menudo tantos detalles estorban y no aportan nada a la trama. Y por favor no volvamos a lo de los Beatles y la ópera —ver artículo EL ARTE Y EL HARTO—. No estoy diciendo que TODAS las novelas tengan que renunciar al detallismo técnico en aras de la agilidad narrativa, sólo que muchas veces es cargante, exhibicionista e innecesario.

En Los Lobos de la Luna opté por la arriesgada decisión de no utilizar en ningún momento referencias locales o temporales concretas. Nunca se menciona en qué país viven los protagonistas y evito cuidadosamente todo detalle delator: moneda, moda, arquitectura o vehículos. Si tengo que hablar de dinero digo eso, dinero o billetes, en vez de euros o dólares. Aunque los nombres de muchos personajes tengan un aspecto más o menos anglosajón que parece dar a entender que estamos en Norteamérica —no puedo negar cierta colonización cultural, mi pseudónimo me delata—, lo cierto es que utilizo nombres y apellidos de todo tipo: irlandeses (O'Neal), españoles (Delgado, Alfredo), italianos (Carrera, Falconetti), griegos (Terapoulos), franceses (René), árabes (Aixa, Hassan), asiáticos… ¡Por ahí no vais a pillarme!

Hay quien opina que lo local es la escala de lo universal y que nada mejor que la descripción localista o barrial para que todo el mundo se sienta identificado. Yo no estoy de acuerdo. La forma de hablar, vestir o escupir de los macarras carabancheleros solo les representa a ellos; en otros sitios los chuloputas —¡perdón!, proxenetas— se expresan y comportan de manera diferente. Pero existen ciertos elementos comunes, a menudo suficientes para caracterizar un personaje, y yo he optado por centrarme en ellos antes que en los más específicos o comarcales, buscando la universalidad a través de lo general. Estoy seguro de que la mayor parte de la gente puede leer mi novela y no darse cuenta en absoluto de este pequeño trucaje que he empleado. Al fin y al cabo en todas partes hay políticos corruptos, jefes que ocultan su incompetencia gritando a sus subordinados, matones que en el fondo son unos cobardes y, en definitiva, gente que va a la suya sin preocuparse demasiado de lo que ocurra a los demás.

¿El resultado? Bueno, evidentemente un recorrido turístico por los lugares emblemáticos donde transcurre la acción de Los Lobos de la Luna no va a ser el destino de moda en las vacaciones 2008. ¡Qué pena! Los cien millones de turistas que contribuirán a arrasar el planeta este verano sólo contarán con tropecientas mil alternativas de ocio en lugar de tropecientas mil una.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante. Me gusta la opción que has tomado respecto a las descripciones, algo que por otra parte no es nada típico. Generalmente me pierdo leyendo descripciones y, como bien dices, a veces llega a entorpecer la lectura porque en realidad no te interesa. Si mueve un dedo o cambia de posición los pies me lo puedo imaginar cuando quiera. Lo que me importa es lo que dicen y no cuántas cucharadas de azúcar le ponen al té.
Y otro inconveniente que yo le encuentro (y que me suele afectar) es que ese tipo de descripciones minuciosas (cuando se entienden) bloquean la imaginación de cada cual al representarse la escena como más le agrade o le parezca conveniente.
Al final acabo ignorando lo que han dicho y montando el garito y sus ocupantes según me sugiere lo que allí pasa.
Espero que esa libertad que le das al lector sea capaz de aprovecharla y pueda compaginar lo que cuentas con lo que a mí me sugiera.

Saludos

Frank Quasar dijo...

Así debería ser, amigo.

Mi intención al describir cualquier escenario de mi novela siempre fue "crear" una sensación o marco de referencia para el lector, nunca realizar un inventario minucioso de los objetos en la estancia. Si mi torpeza narrativa no estropeó mis buenas intenciones, ello debería ser perfectamente compatible con la "visión" personal de la mayoría de lectores, que deberán "rellenar" los "huecos" con detalles de su propia cosecha, sistema que considero mucho más eficaz para implicarles en la trama, si bien supone un mayor esfuerzo.

Aunque desde luego no me considero ni mucho menos a la altura de ellos, mis modelos de exposición literaria no dialogada son los grandes autores de serie negra clásicos tipo Raymond Chandler o Dashiell Hammett, cuyas descripciones eran psicológicas antes que concretas o precisas; rápidas pinceladas que explicaban mucho sobre los personajes y el ambiente en que se movían y poco sobre moda, gastronomía o mecánica... como debe ser.